COMO CELEBRAMOS EN MI PAÍS.
En cambio aquí las cosas son distintas, ni hablar de celebrar en la calle, ni elevar el volumen del sonido, ni beber hasta caer doblado, ni ir al río a bañarse en sus aguas cálidas y limpias; pues la nieve, las bajas temperaturas, el sistema social, el sistema político, la policía, la personalidad aislada y tímida de los canadienses, etc, impedirían siquiera cualquier intento de divertirse como lo hacemos en nuestros países. Por ahora esos recuerdas me hacen llorar, cuando escucho un villancico, un vallenato viejo, un merengue romántico, una cumbia alegre, me transporto a esas calles de ese pueblito colombiano, lleno de promesas y gente querida.
Nací en un pequeño municipio de una apartada región de Colombia, por eso las tradiciones eran muy importantes y se guardaban celosamente: Semana santa, las fiesta patronales a la virgen y la navidad eran, sin temor a equivocarme, las fechas mas importantes y las únicas capaces de hacer que todo el pueblo, literalmente TODO, se reunieran como hermanos para abrazarcen, compartir unas cervezas, comidas, rezos y parrandas interminables, que en el caso de la navidad comenzaban, (o comienzan, porque aún se hace así solo que yo no estoy allá para vivirlo este año), el 8 de diciembre y se acaban el 6 de enero. Es casi un mes de parranda, licor, juerga y felices deseos.
Las calles de mi pueblo compiten por ganar el premio a la calle mas alegre y la calle mas adornada, por eso el pueblo entero parece un árbol de navidad, lleno de luces, muñecos relleno con trapo y aserrín a los que llamamos años viejos, juegos pirotécnicos, faroles artesanales, trineos, renos, y papas noeles, pintados con alegres colores sobre el pavimento de las calles y todos los arboles pintados con colores blancos y franjas rojas, azules, amarillas, etc. Toda una fiesta para los ojos.
El olor de las hayacas, la lechona, los buñuelos, la natilla y otras comidas típicas abundan en cada rincón del pueblo, la navidad no solo se siente, ni se ve, también se huele. Sobre el ambiente flota un no sé que, un airesito alegre, una sonrisa en la boca de todos, una forma de caminar y un optimismo generalizado invade a todos, quizás es la música permanete que sale de las tiendas, de las cantinas, de los bares, de las casas, de los alto parlantes de la iglesia, lo que hace que todo el mundo se sienta como en NAVIDAD. Por su puesto nadie llama a la policía a decir que mi vecino tiene el volumen de su reproductor de cd muy elevado.
El olor de las hayacas, la lechona, los buñuelos, la natilla y otras comidas típicas abundan en cada rincón del pueblo, la navidad no solo se siente, ni se ve, también se huele. Sobre el ambiente flota un no sé que, un airesito alegre, una sonrisa en la boca de todos, una forma de caminar y un optimismo generalizado invade a todos, quizás es la música permanete que sale de las tiendas, de las cantinas, de los bares, de las casas, de los alto parlantes de la iglesia, lo que hace que todo el mundo se sienta como en NAVIDAD. Por su puesto nadie llama a la policía a decir que mi vecino tiene el volumen de su reproductor de cd muy elevado.
La noche del 24 hay parrando hasta las 8 de la mañana del 25, luego todos se van para uno de los 4 ríos que hay cerca al pueblo, al tradicional paseo navideño, donde se come sancocho de gallina, se sigue tomando licor y se baila hasta que el cuerpo no aguanta mas. Así se van esos días mágicos, días de amor, de amistad, de cariño, de reencuentros familiares. el 26, el 27, etc, son una sola fiesta, solo hasta el 2 de enero el mundo se detiene y se toma una pequeña pausa, para organizar de nuevo una mega fiesta el 6 de enero, que allí se llama 6 de Reyes.
En cambio aquí las cosas son distintas, ni hablar de celebrar en la calle, ni elevar el volumen del sonido, ni beber hasta caer doblado, ni ir al río a bañarse en sus aguas cálidas y limpias; pues la nieve, las bajas temperaturas, el sistema social, el sistema político, la policía, la personalidad aislada y tímida de los canadienses, etc, impedirían siquiera cualquier intento de divertirse como lo hacemos en nuestros países. Por ahora esos recuerdas me hacen llorar, cuando escucho un villancico, un vallenato viejo, un merengue romántico, una cumbia alegre, me transporto a esas calles de ese pueblito colombiano, lleno de promesas y gente querida.
Esta noche iré a una fiesta quebeca, son unos amigos de la iglesia, pero desde ya me la imagino: será agradable, nunca alegre; se beberá con prudencia, máximo 2 copas de vino; y cuando ellos se vallan a sus camas, dirán que fue una noche espectacular, que gozaron como nunca antes. Yo en cambio me sentaré a ver caer la nieve por la ventana y a pensar en la fiesta que deben estar disfrutando mis amigos y familiares, allá en las casas, discotecas y calles de ese al que llaman el país mas feliz del mundo.
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